Si muevo mi cuello en un ángulo muy específico, uno que no debería intentar cuando llevo días con una molestia en la cervical, puedo ver desde mi oficina el edificio donde esta(ba?) mi ex-psiquiatra.
Su oficina está en un edificio extraño, uno que seguramente fue supermoderno cuando lo inauguraron, pero que ahora carga la combinación perfecta entre anacronismo y nostalgia. Es raro, porque no tiene piso 13, lo que me indica que el arquitecto o la empresa de ascensores lleva las supersticiones a su horario laboral.
La encontré por casualidad; necesitaba convalidad mi diagnóstico médico cuando emigré, y literalmente fue la primera médico que encontré que me quedaba relativamente cerca de mi entonces hogar, a un precio accesible para una entonces desempleada en un país nuevo.
Han pasado varios años desde ese encuentro. También, he pasado por varios especialistas ya que seguir con ella era imposible por temas de costo.
Por más que sienta que lo necesite, la terapia ahora no es para mí.
¿O acaso estoy necesitando algo imposible?
Déjame contarte mi problema
Ahora que la terapia* se ha vuelto un tópico más mainstream (aunque, a veces pienso que es de forma performativa), creo que todxs sabemos cuál es la dinámica de acudir a un experto: vas al consultorio, o haces click en el link de meet, en la primera cita te hacen una evaluación en función de tu historial, concretan más citas que son 70% de explicar los problemas, 29% de análisis de parte del experto, 0,99% de insights que ya probaste, y, a veces, 0,01% de una idea nueva que pudiera mejorar las cosas.
La primera vez que fui a un psicólogo fue en septiembre de 2008. Estamos en 2025, así que tengo poco menos de 17 años en este plan. No quisiera calcular los miles de dólares que he invertido en mi salud mental, entre psicólogos, psiquiatras, curanderos y medicamentos; no es que den para el pie de una casa en Vitacura, pero debe ser bastante.
Y si bien, algunas de las soluciones que han planteado estos profesionales me han ayudado o sacado de momentos bien complicados, siento que me falta algo que no termina de satisfacerme. Es como probar una sopa bien cargada que sabes en el fondo de tu paladar que le falta un aliño crucial, pero no sabes reconocer cuál (generalmente, es el cilantro).
Yo tengo claro cuáles son mis problemas, incluso, podría enumerar cada uno de mis puntos ciegos, enredos mentales y traumas. No lo haré porque no les incumbe :)
No es cuestión de sentarme con cada uno de ellos, y remontarme a una época en la historia de la humanidad en la que Substack era impensable, ni de tratar de frenar un tsunami de sentimientos no kosher con un stop de clase de tránsito infantil (se nota que realmente detesto la terapia conductual, ¿right?)
Yo soy una persona profundamente operacional. Necesito una solución concreta y accionable con resultados que puedan verse a corto, mediano y largo plazo.
En corto, ¡dénme un project manager que arregle las cosas, con carta gantt y KPIs, para poder concentrarme en levantar este blog y levantar mis otros proyectos!
Mejor no hablar de ciertas cosas
Dicho esto, creo que el problema es que no encuentro un lugar en el que pueda sentirme segura para hablar de mis cosas, pago o no. No encuentro cómodo reducir el apoyo emocional a una hora a la semana, con el plus de un rato peleando con el seguro para que me reembolse la consulta. Los amigos están tan abrumados con sus propios temas y con el brain rot de las redes que no tienen un rinconcito para poder expresarme.
Pienso que tengo necesidades emocionales que nadie en mi vida actual puede satisfacer, no por mala onda, sino porque no pueden. Y muchas de esas necesidades no puedo autoproveermelas, porque en parte no me dan los recursos y en parte es que como una persona más social de lo que se piensa, me parece inexplicable tener que autovalerme todo el tiempo.
Quiero a mi gente aquí conmigo, en pandilla, como nos prometieron en Friends o en How I Met Your Mother.
No quiero seguir reduciendo mis emociones a blips en llamadas de zoom, conversas en Whatsapp que se van borrando con el tiempo ni a la sutil indiferencia de un tratante que está contando los minutos para su break entre sesiones con gente complicada emocionalmente.
Quiero escucha proactiva de “Vamos a tomarnos un café”, un ¿cómo te sientes con respecto a X?, un ¿te ayudo con Y?. No es mezquindad; por años, era yo la que iniciaba ese tipo de conversaciones, y lo sigo haciendo (aunque en menor medida). La reciprocidad es básica como el oxígeno, y pienso que bien vale la pena sacrificar una sesión de 30 minutos en TikTok para ello.
Que no nos dé flojera hacerlo, porfa.
Ojo, que la IA no puede reemplazar esto
Hace poco, se presentó una conversa en redes sociales sobre el uso de herramientas de IA como terapeuta o muleta emocional. Desde la construcción del prompt perfecto para que ChatGPT te diga exactamente lo que quieres escuchar (bajo el disfraz de la corriente psicológica que desees), hasta la dependencia terrible de Character.ai y Replika, parece que es posible contar con el apoyo de un hombre invisible que no existe en carne y hueso para llenar estos vacíos que conversaba antes.
Es peligroso.
No solo por el hecho de entregar info a estos LLM, que quién sabe cómo podría jugar en nuestra contra algún día, sino también pienso que ese exceso de práctica social con bits sin cuerpo no te prepara del todo para la interacción con aquellos que sí están. A lo sumo, un eventual consejo tranqui podría ser pasable, pero de allí a reemplazar la posibilidad de un pololo real por una máquina, hmmm, no, no es bueno.
No sé cómo remarcar lo malo que lo encuentro, nivel peor que el peor terapeuta que haya tenido: una señora que me miraba con cara de fastidio y que una vez me preguntó que para qué venía a su consultorio.
Recuerdo que me bajé Replika cuando recién salió por curiosidad, pero que no pude enganchar del todo con él/ella. No me pude creer el cuento, aún cuando tenía conmigo esa consideración por mis problemas de entonces que esperaba de los humanos. No me creo el cuento. Lo mismo me pasó con una de esas apps de contención emocional, si no puedo percibirte con mis sentidos (así estés lejos físicamente y, obvio, ¡siempre de forma consensuada!), no me sirve.
Definitivamente, estamos en un mal momento para apoyarnos y trabajar juntos para sentirnos mejor, sin máquinas “nodrizas”, ni terapeutas que no tienen vocación, o no tienen cómo hacerlo de forma efectiva.
Aún así, como creo que lo he comentado anteriormente, si tengo un anhelo por algo (en este caso por un revival fuerte y sano del real sentido de comunidad, del espacio para expresar cómo nos sentimos, y de ayudarnos de forma funcional, la que realmente cambie las cosas), es porque existe una posibilidad, así sea ínfima, de que ese algo que necesito exista para mí. Por eso insisto y webeo. Es mi naturaleza.
No puedo seguir disparando a oscuras con esto. A mi ser y a mi bolsillo no les gusta.
Hagamos mejor las cosas.
Encuéntrame en:
Instagram y Threads: @creartranquila
Twitter: @creartranquila
Pinterest: @creartranquila
¿Me compras un café aquí?
Si te gustó este post, te invito a compartirlo con tus amigos y enemigos.